M+35: Navegar!
Status:
Preparar la maleta: Check!
Buscar el protector solar: Check
Comprar Biodramina: oh dioses marinos, gracias!… CHECK!
En este proyecto lo primero que quiero hacer es darle las infinitas gracias a Oscar, Dina y Chema (todos ellos miembros de Los Sarrios) por habernos adoptado el fin de semana, y con ello ayudarme a cumplir una de las metas de M52. También quiero mencionar a Moises, Saray, Deneb, Elipe y Pere, que también pasaron el finde en el barco, huyendo de las medusas GIGANTESCAS que había en el agua.
Este era uno de mis proyectos más inciertos, porque no tenía ningún contacto o forma de acceder a la experiencia de estar en el mar, salvo que fuera a través del alquiler o reserva en grupo de un barco, con la cierta artificialidad que eso conlleva. Me parecía complicado, y sin embargo la oportunidad se presentó casi sola, cuando una tarde post-rocódromo, Óscar nos propuso la idea de pasar el finde en el velero. Me alegra MUCHISIMO haber compartido la experiencia con estos nuevos amigos, que espero formen parte de mi existencia por mucho tiempo. Lo cierto es que se ha formado un grupo muy chulo para salir a escalar y acampar (que es algo que también haremos próximamente!!!) El ambiente mola mucho, y hay una buena sintonía general. Creo que tendremos buenas anécdotas que contar!
Pero bueno… volviendo a la experiencia marina. Lo primero es reconocer que soy un ratilla terrestre por más que me gustaría ser una ratilla marina. Me mareé pese las biodraminas, y no vomité porque mi cuerpo no sabe hacerlo… Sí… soy de esas personas que no saben vomitar… creo que la última vez que lo hice fue en un viaje en carro desde Caracas a Barquisimeto… y de esto pueden haber pasado quizás 23 o 25 años…
Saray, Moises y yo nos queríamos morir… íbamos mas verdes que Hulk, Chema y Dina guardaron mucho la dignidad y Oscar y Elipe iban como rosas… super frescos y como si nada. Cuando pregunté si esto era normal, me dijeron que no. Que había mar de fondo, por las lluvias de los días anteriores, y que esto hacía que el barco se menease de derecha a izquierda y de delante hacia atrás. Es decir: como una auténtica coctelera.
Esto desdibujó de un plumazo la imagen idealizada que tengo/tenía de vivir en un barco. Desde hace un par de años tengo en mente que me gustaría vivir en un velero (al que llamaré “Galleta”) y que me permitirá desplazar mi residencia donde quiera los veranos (o en realidad cuando quiera). En mi imaginación vivo en el puerto y los fines de semana atraco el velero en calas solitarias, y ceno cereales sentada en la cubierta de proa, con los pies colgando hacia el agua. La idea del velero me proporciona una sensación de libertad muy-muy añorada. Aunque confieso que el mar de fondo casi me disuade de ello… que mala la sensación de que todo da vueltas y que, por más que lo desees, no hay forma de detener el mar y el movimiento. Es recordar que hay cosas que a veces se escapan de nuestro poder y que no podemos cambiar o detener.
Finalmente, la noche del sábado tuvimos que desistir de la idea de dormir en el mar, el bamboleo del barco nos haría imposible conciliar el sueño, y estábamos agotados del día que habíamos tenido. Así que a las 20:00/20:30 decidimos volver al puerto.
Otra cosa que no había contemplado en mis ensoñaciones románticas, era lo sumamente inquietante que es el mar de noche.
Si ya durante el día noté como me resultaba perturbadora la inmensidad del mar, aquel azul profundo que se perdía en el infinito, y donde las referencias de distancia y localización no existen… cuando cae la noche y todo está a oscuras, y no se insinúan siquiera las sutiles líneas del horizonte, aún da más miedo. Sí, es miedo lo que me inspira el mar, no es respeto. Es imprevisible, caprichoso, insondable… Más que carácter me pareció que tenía temperamento. Fue un encuentro muy interesante entre mi imaginación y la realidad.
De hecho, ahora que lo pienso y lo transcribo, lo que más me impactó de esta experiencia no fue lo que ocurría como tal, no me impactaron los mareos, ni el malestar, ni lo incontrolable… me impactó lo lejos que estaba de lo que había imaginado que sería. La imaginación es un ente tramposo y creativo, rellena a su antojo los espacios vacíos, aquello que desconocemos; y a veces lo hace con monstruos otras veces lo hace con sueños. ¿Qué fue lo mejor del sábado? Sin duda alguna la puesta de sol. En este caso concreto, lo que imaginé encajó a la perfección con lo que fue. El cielo se tiñó con los colores dulces y fragantes de un durazno maduro, con tonos naranja intensos y rosa, y todo contrastaba con el azul y turquesa del mar. Momento favorito de todo el viaje sin lugar a dudas. Bueno… lucha un poco con el momento de tocar tierra y que todo volviera a estar sereno y firme bajo mis pies.
La noche fue super apacible. Caí rendida y dormí como un tronco. Cuando nos despertamos eran casi las 12, todo el mundo había dormido hasta tarde.
Hoy en lugar de ir a vela iríamos a motor, era una forma de evitar los mareos, sumado a que el mar estaba más calmado. Cuando salimos del puerto me senté en la proa, con los pies descolgados hacia el agua, que me salpicaba. Me entretuve viendo las gigantescas medusas. Saray y Moises se sentaron a mi lado, y más tarde se nos uniría Deneb. La sensación era totalmente opuesta a la del día anterior. Era de absoluto bienestar.Tuvimos un pequeño incidente donde el motor empezó a echar algo de humo blanco, lo cual truncó nuestra intención de irnos a unas calas más lejanas y que nos obligó a quedarnos cerca del puerto. En todo caso, fue un día excepcional. Lo que más me divirtió fue saltar del techo del barco al agua. Hace unos pocos meses no me hubiese atrevido… pero ahora la curiosidad me mueve, y es más intensa que los miedos en muchos casos (sospecho que mi mamá sufrirá al leer estas líneas). Cómo mucho calculo que habría dos metros desde el techo al agua, que no es demasiado, pero hace casi un año habría sido suficiente para disuadirme.
Al margen de la diversión como efecto principal, tuve el efecto secundario de chutarme un buche de agua salada por la nariz… puaj! Sabía a sal… pero después respiré super bien! Fue casi como haber comido wasabi.
Haciendo balance de la experiencia en el mar, superados los mareos y el malestar, me gustaría tener un día un barco al que llamar Galleta. Me pregunto si a mi gato Tokio le gustará el mar.
Más fotos aquí!
Próxima semana: Organizar un baby shower!